Para los que no hayan oído nunca lo de vaya chicharrón, aquí en Colombia significa “menudo problema”, que diríamos en la Península Ibérica. Pero tranquilos, no he venido a hablarles de problemas, sino de algo muy rico: el chicharrón. Conocido en la gastronomía española -de donde proviene- con el mismo nombre, aunque en algunos lugares se puede llama torrezno, consiste en trozos de carne de cerdo con abundante grasa, cocidos y fritos posteriormente hasta conseguir que queden bien crujientes. También se le da este nombre a otras preparaciones; en El Quijote, Cervantes ese refiere al chicharrón como cortezas de pan fritas en aceite en el que antes se ha frito ya ajos, tocino, etc.
Los he comido en diferentes lugares a lo largo de la geografía colombiana y la verdad los que más me han gustado -quizás también por su fama- son los de Antioquia, servidos en su magnífica bandeja paisa. Esto no quiere decir que el resto no me guste -ni mucho menos-, los de los lugares donde sirven fritanga en Cali, Bogotá o en la Costa también son geniales. Se puede usar varias partes del cerdo para hacerlos, como la panza, la papada e incluso oreja.
La Región de Murcia –en donde tengo la gran suerte de haber nacido- es una de las mayores en producción de granjas porcinas, por lo que hay una enorme variedad de productos provenientes de este animal y, por supuesto, no puede faltar nuestro protagonista de hoy. Allí se usa en muchos platos como los garbanzos con chicharrón, las migas con torreznos y hasta en la repostería con las famosísimas tortas de chicharrón, también típicas de Boyacá donde las llaman chicharronas. Pero no es sólo en España y Colombia donde se consume este producto sino en la mayoría de los países de Latinoamérica y hasta en Asia. Si es que no hay nada como la buena comida vivas donde vivas o hables el idioma que hables.
Y a ti, ¿cómo te gusta el chicharrón, en inglés o en chino?